
En el año 2017, y al amparo del Convenio del Paisaje del Consejo de Europa, se acordó celebrar cada 20 de octubre el Día Internacional del Paisaje. Este convenio se aplica a todas las áreas naturales, rurales, urbanas y periurbanas, comprende las zonas terrestre, marítima y las aguas interiores, y se refiere tanto a paisajes que pueden considerarse excepcionales como los paisajes cotidianos o degradados.
Este año se conmemora por tanto la tercera edición de esta celebración, aunque, a tenor de la situación medioambiental, y en consonancia con movimientos como el que está encabezando la activista sueca Greta Thunberg, creo firmemente que lo más adecuado sería convertir esta fecha en el epicentro de una reivindicación que se debería propagar el resto de los días del año con el fin de concienciar a la sociedad sobre la importancia del paisaje en la en la conservación del medio ambiente.
Me parece por ello sumamente acertado que recientemente, la Asociación Española de Paisajistas, en representación de todos sus socios, declarase una emergencia climática y de la biodiversidad global, uniéndose con ello a la Federación Internacional de Arquitectos del Paisaje_IFLA, y que quedó reflejada a través de este manifiesto sucinto, pero de gran trascendencia en sus términos: “Estamos ante uno de los mayores retos de nuestro siglo. Los paisajistas tenemos los conocimientos y las habilidades, así como, la convicción y el compromiso necesario para liderar las acciones encaminadas a proyectar, gestionar y proteger nuestro entorno. En este momento de grave crisis reafirmamos los valores medioambientales, sociales y patrimoniales que siempre hemos defendido y con los que nació la profesión. Es esta una tarea conjunta de la que todos somos responsables y en la que todos debemos trabajar al unísono. Os invitamos a uniros a nosotros por la sostenibilidad de nuestros paisajes; por la sostenibilidad de nuestro planeta”.
A lo largo de mi trayectoria profesional, la sostenibilidad y la reconexión con la naturaleza a través del uso del diseño biofílico han sido premisas que han presidido todos y cada uno de los proyectos que he desarrollado, con la visión puesta en aportar un humilde grano de arena para cambiar el mundo.
Me gustaría por tanto terminar precisamente aportando una reflexión en esa línea: es evidente la importancia de conminar a los dirigentes mundiales a que sin más dilación tomen las medidas necesarias para afrontar la emergencia climática que vivimos, pero a la vez todos y cada uno de nosotros, con pequeñas acciones, podemos hacer mucho más de lo que pensamos para revertir la situación actual. Muchos miles de millones de pequeños granos de arena pueden formar una gran montaña de arena.