
Por semilla, por estaca, por acodo, por retoño del pie del árbol y por injerto son las cinco formas de incluir en nuestro jardín uno de los árboles frutales de más fácil mantenimiento: el granado.
Esta planta es además un elemento que ofrece una gran belleza al espacio donde lo integremos, ya que dispone de enormes flores rojas de forma acampanada. Consecuencia de su belleza es que haya sido uno de los árboles que integraban los famosos jardines colgantes de Babilonia.
Una de las evocaciones a las que nos recuerda este tipo de árbol es a los jardines de la España andalusí. Cuando pensamos en estos jardines nos incita a recordar esos lugares que invitan al recogimiento y la contemplación. Son espacios repletos de flores, árboles o acequias entre otros que, además, ayudan tanto a la relajación y la evasión como a la conservación del medio natural.
Si queremos por lo tanto integrar esta planta en nuestro jardín, debemos atender a varios factores que influyen en el crecimiento y correcto desarrollo. Por un lado, debemos saber que les gusta el calor, por lo que el lugar idóneo para colocarlo sería un espacio soleado, resguardado del viento y de las heladas. Aunque los granados son resistentes a temperaturas de hasta quince grados bajo cero, es recomendable protegerlos con más afán durante su primer año de vida ya que tras pasar este tiempo apenas será necesario regarlo, excepto algunas veces en verano o en temporadas muy secas. A pesar de que normalmente este árbol se deja crecer libremente, es importante realizar una poda que ayude a eliminar ramas secas o entrecruzadas, con el fin de que entre correctamente tanto el sol como el aire.
Es durante la primavera cuando este árbol comienza a florecer y, tras este periodo, las flores se transforman en decenas de granadas, frutas comestibles ricas en potasio, vitamina C y antioxidantes.